Por Hayley Durán Bocaz
Mg. Psicología del Trabajo
Unidad de Equidad de Género Universidad de Aysén
En las últimas semanas se ha hablado bastante de una supuesta “crisis de cuidados” en referencia a la sobrecarga que supone el teletrabajo para las mujeres-madres-trabajadoras, que en estas semanas han tenido que llevar al espacio doméstico sus trabajos remunerados habituales.
Digo “supuesta” pues no es que la pandemia de COVID 19 haya generado dicha crisis de cuidado, la pandemia ha permitido visibilizar una crisis instalada desde que las mujeres se incorporaron masivamente al mundo del trabajo asalariado. El cruce entre la vida familiar y el trabajo se comenzó a problematizar en las últimas cuatro décadas, momento en que la incorporación de las mujeres al mercado laboral se acelera y amplía considerablemente, generando una tensión entre trabajo y vida familiar sin precedentes. Esta tensión se produce porque las mujeres, que históricamente habían sido responsables del cuidado familiar, deben re-acomodar el tiempo destinado a estas labores al incorporarse de lleno al mundo del trabajo.
La conciliación trabajo-familia entonces, tiene que ver con la relación entre trabajo y tiempo: tiempo que para las mujeres se reparte en múltiples labores y roles superpuestos, mientras que para los hombres es único y exclusivo, como proveedores de la familia. Un reciente estudio de la Universidad de Valencia, establece que las mujeres trabajadoras en cuarentena, no solo se siguen encargando de los cuidados domésticos (aseo, elaboración de alimentos, cuidado infantil, seguimiento escolar de hijos e hijas, etc.), sino que además se preocupan de facilitar el teletrabajo a sus parejas, por ejemplo, destinando a la pareja los mejores espacios de la casa para trabajar sin distracciones mientras la mujer trabaja en el living con los niños y niñas viendo televisión.
Para las mujeres trabajadoras con hijos e hijas, con o sin pareja, la cuarentena supone un agobio excepcional, pues si ya era difícil mantenerse haciendo malabares con el tiempo, ahora sin los dispositivos de apoyo a las labores de crianza (escuela, jardín infantil, red familiar) todas las actividades de cuidado recaen en ellas. Hay que hacer todo y todo en el mismo espacio y seguimos sin tiempo. “¿Cómo voy a estar poniendo atención en una reunión si estoy cocinando al mismo tiempo? Y si yo no cocino, los niños no comen, me decía una amiga esta semana. Y ¿qué pasa si a esto le sumamos el estudio? Un porcentaje importante de estudiantes de la UAysén son madres y dueñas de casa y trabajadoras. “Todo el tiempo me duele la cabeza, porque tengo que estar pendiente de todo y siento que no estoy rindiendo” me cuenta una alumna-madre.
El trabajo doméstico y de cuidados contribuye al bienestar social y sostiene a las otras producciones, pues permite que la sociedad se reproduzca asegurando la existencia de trabajadores/as disponibles en el futuro (crianza) y la recuperación diaria de trabajadores en el presente. Sin embargo, esta tremenda labor no es considerada en las mediciones económicas. ¿Cuánto valen los trabajos de cuidados? En marzo de este año, Comunidad Mujer lanzó los resultados del primer Estudio
Nacional de Valoración Económica del Trabajo Doméstico y de Cuidado no Remunerado en Chile, donde se indica que estas labores alcanzarían al 21.8% del PIB. Como dato comparativo, la minería corresponde al 6,7%.
¿Dónde está la corresponsabilidad social? La pregunta queda abierta.