Mis primeras miradas en la mañana se dirigen hacia las montañas del Este, donde los primeros rayos de luz hacen su entrada en la región, junto con alguna formación de bandurrias ruidosas. Mientras miro la playa de arena blanca distingo, en el tejado de la casa de al lado al vigilante eterno, también alado, con un pose entre halcón y águila, no siendo ni lo uno ni lo otro, probablemente.
No sé si también, probablemente, en el sentido matemático ahora, acabe llegando o no el contagio por SARS-CoV-2 que nos tiene preocupados en Aysén, que nos tiene semi-confinados en esta jaula de oro, ahora pintada de blanco por la nieve. Muchos son los interrogantes que esta pandemia han traído al país, y como no, a la región. Epidemiólogos, matemáticos, todos intentan aportar un grado de conocimiento, a veces solo información, a la toma de decisiones que, en general, emanan de los políticos, como debe ser.
Ojalá un día podamos rescatar la confianza en ellos, los políticos. Esa ola de desconfianza que nos azota, con igual fuerza que la pandemia, y que no es solo propia del país, sino de otras regiones en Europa, Estados Unidos y tantos otros lados de este mundo que, por qué no decirlo, se nos ha vuelto pequeño. Los aviones han permitido un turismo por todo el globo, así como el coronavirus, que ha decidido también viajar con los turistas.
Aviones y turistas, no sé si llegarán este año a Aysén. Bueno, los aviones, parece que sí, a pesar de las nuevas medidas de protección tomadas por el gobierno en Santiago. Por un lado, el cordón sanitario recién instalado nos va a proteger mucho más de la llegada de casos positivos, no hay duda. Hay que aplaudir la medida. Es sabido que la región no dispone de la misma oferta hospitalaria de otras regiones y, que un brote no trazable, nos dejaría muy desnudos ante el frío panorama. Y, por otro lado, se abren las opciones de ocio en la ciudad, para que los mismos ayseninos y ayseninas paliemos parcialmente el desastre económico de la falta de visitantes. Por poco que nos vaya bien en estas primeras semanas con estas medidas, se irán abriendo los demás espacios, habrá más presencialidad en las calles y comercios.
Quizás volvamos a sonreír delante de esa nueva alegría, en medio de los tapabocas, los gel de alcohol, productos que han salido de la cueva del olvido, para ser ya palabras de uso común en los ayseninos. Empezaremos a ver adultos mayores, es decir, abuelas y abuelos, paseándose por la plaza. Eso sí, si ven uno, no se acerquen a menos de tres metros de él, por favor. Lo saludan con esa, su mejor sonrisa, volteando la mano. La distancia social debe mantenerse a rajatabla. La social, pero de carácter físico, porque la distancia social de carácter digital o virtual creo que ha disminuido bastante.
Así, en este escenario de desconfinamiento controlado vamos a intentar vivir un tiempo. Porque de uno de esos aviones que llegan a Balmaceda, nuestro aeropuerto o aeródromo, en algún momento, y a pesar del cordón sanitario, se bajará uno o varios positivos en virus, que son negativos para la región. Y alguno de ellos, o varios, empezarán a mover la matemática epidemiológica de mis modelos de simulación numérica. Habrá que tomar nuevas medidas, proceder a cuarentenas, voluntarias o no, y confinarse. Confinarse en este confín del mundo.
Mis últimas miradas del día se dirigen ahora de nuevo a la playa blanca. Atardece y cae la noche mágica de esta región, y sale del desconfinamiento nocturno, de manera rebelde, como sabiéndose libres de cordones y multas, de tabapocas y geles de alcohol, pero con una respetable distancia social, ese océano de estrellas impresionante, que lucen elegantes en cada noche aysenina.
En mis modelos matemáticos siguen corriendo los agentes del micromundo creado artificialmente. Se contagian y sanan. Se confinan y desconfinan. Todos ellos de manera altruista y sacrificada nos muestran desde su micromundo, lo que un día puede ocurrir ahí afuera. Vienen a la mente las reflexiones del día. No es fácil tomar decisiones en medio de tanta incertidumbre. Menos cuando las consecuencias conllevan vidas. Y el ser humano, dicen los científicos que saben, tiene un pensamiento más bien determinista que no estocástico, probabilístico. Irónicamente, se cuenta que es más fácil predecir el pasado que el futuro.
Cierro el computador, con la última mirada puesta al Este de nuevo, donde se encienden y se apagan algunas luces lejanas de casitas sacadas de un cuento de invierno. Al otro lado de mi ventana, con los grados Celsius congelados, brilla aún un poco de arena de mi playa blanca, llevándome un rayo de luz de luna, que de hecho llega como reflejo del sol.
Definitivamente, ¡no se respetan las distancias!